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tando como siempre. El camino subía sin cesar. Los pinos parecían no haber cambiado nada. ¡El sí que había cambiado! Había vivido su vida y había sentido todos los desengaños que da la vida. Comprendía ahora, cual otro pródigo, que era mucho mejor ser cualquier cosa en la casa ma– terna... Y llegó, al compás de sus pensamientos y de su fatiga, cerca de la casa de su madre. ¿Vivirá aún mi madre? Era muy de noche. Y se encontró de pronto con la puerta de la casa abierta de par en par ... ¡Seguro que ha muerto! Y entró corriendo. Allí, en la cocina, en el mismo ángulo de siempre, muy viejecita, muy arrugadita, con el pelo de nieve, su madre. Aunque había cambiado mucho, su madre le conoció de repente. Se aba– lanzó a él y le llenó la cara de besos y de lágrimas. El, para disimular su emoción, le dijo: -Pero madre, ¿cómo tienes de noche abierta la puerta de la casa? Los ladrones, las fieras ... -Hijo, desde que tú marchaste tuve siem– pre, de día y de noche, la puerta abierta de par 89

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