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e uenta una leyenda irlandesa, que allá en lo más alto de la montaña, entre los bos– ques de pinares inmensos, vivían una ma- dre y su hijo. La madre era viuda. Unicamente tenía aque– lla casa, unos campos a su alrededor y como un tesoro rubio a aquel hijo, fruto de su gran amor. El niño, doce años de edad, no había jamás visto a otras personas. Unicamente, día y noche, a su madre. De noche, algunas veces soñaba despierto en otros mundos, en otra vida. De día, mientras cui– daba el rebaño, se quedaba mirando como si fue– sen barcos de vela las nubes de algodón que se perdían detrás de las ondulaciones de las mon– tañas ... ¡Tenía que haber otro mundo ... ! La primavera había llegado. La sangre bullía en el corazón del niño que sentía acercarse esa 87

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