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hacen salir durante unas horas de la realidad, pero luego el tortazo es mucho más brutal. No, y mil veces no. Mi desesperación es tanta que creo que mi única salida será el suicidio". La tiró inmediatamente. Aquello no, Juan Pérez quedó impresionado, y con los brazos dolo– ridos por el peso de aquella cruz. Había otra al lado, pareja de la anterior, pero más vieja y más pesada, tanto que no pudo levantarla: "Andrés González, en un rapto de celos mató a su esposa y a sus hijos. Fue al final de una violenta discu– sión. Cuando se dio cuenta no le quedaban balas en el cargador, ni siquiera para sí. Por eso con– tinuó vivo. Le sujetaron fuertemente. Le llevaron a la cárcel. Le juzgaron. Le condenaron ... Tuvie– ron que conducirle al manicomio. Quedó loco. Pero una locura sin ilusiones". Juan Pérez se volvió horrorizado a mirar a otra parte. Cruces más pequeñas: Paralíticos, mu– tilados, enfermos crónicos, subnormales... Lejos divisó cruces que le parecieron más livianas. desa– venencias conyugales, tremolinas con la suegra, hombres sin trabajo, tensiones en la oficina y en los talleres. Las fue tomando en su mano, pero 83

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