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-¿Quién podrá ser ese misterioso pregrino? ¿Será un ángel de Dios? ¿Será un profeta? -¿Un enviado del Señor? Desde luego, tiene que serlo porque su manera de aparecer y com– portr rse no es humana. -Y, ¿qué será ese niño? Tiene que ser algo muy grande. La que estaba más segura de todas era su madre, Donna Pica. Desde entonces sinti6 predi– lecci6n, respeto, admiraci6n por aquel niño que tanto le había costado alumbrar y que iba cre– ciendo entre sus brazos. Ella estaba segura que sería tan grande que daría que hablar a la historia. Pero la historia, la historia de San Francisco de Asís, estaba aún por hacer y escribir. Todo era tenue, frágil, armonioso como la voz del peregri– no, cada vez más distante y que iba gritando: - "Paz y bien, paz y bien, paz y bien". Pasaron más de veinte años. El niño Francis– co era ya el joven Francisco: ¡El rey de la juventud 73

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