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Llegó al baptisterio. hizo una reverencia al sacerdote y tomando al niño en sus brazos pidió ser el padrino. Nadie replicó, porque la emoción de lo sobrenatural les anudaba la garganta. Después de cristianar al párvulo y ponerle el nombre que evocaba una profecía y un profeta, el padrino se puso de rodillas ante el altar para presentarlo a Dios. El sacerdote le observaba y le veía mover los labios en un rezo ininteligible y ferviente. Pero sin percibir nada. Luego, el rome– ro se levantó y con el niño acunado en sus brazos miró al pueblo. Parecía un profeta de barbas trémulas. Y levantando, solemnemente, la voz, profetizó: -Hoy han nacido en esta región dos niños: uno de los cuales, es decir, éste, será uno de los mejores hombres del mundo, y el otro será uno de los peores. Miles de niños nacerían aquel día. Niños ru– bios, niños morenos, niños ... Miles de niños que vinieron al mundo para llorar y llenar de lágrimas este nuestro valle "hondo, oscuro, de soledad y llanto ...". ¿Quién sería aquel otro niño? El pere- 71

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