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tenía de dar un hijo a Pedro Bernardote. Y él allá lejos, en Francia, en sus negocios. jAy, Dios mío! La doncella lloraba sin responder. Unos fuertes aldabonazos, dados con urgen– cia, hicieron retemblar toda la casa. Las dos mu– jeres se sobresaltaron. ¿Quién podría ser a estas horas? Volvieron a sonar los golpes más recios y apremiantes. Ladraron los perros ... Donna Pica -la mujer madre-, incorporán– dose gritó: - Juana, abre, abre en seguida. No sé por qué tengo un presentimiento. Me ha dado un vuel– co el corazón. Abre en seguida, que tengo un presentimiento. En el umbral, quieto y sereno, esperaba el peregrino de la barba de nieve, con el bordón levantado en su mano izquierda y todas las con– chas palpitándole sobre el pecho. - Pasad, buen hombre, os daré sólo pan y queso. Habéis llegado en mala hora. Mi ama está muy grave. 68

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