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Además, mis vasallos dirían que me había conver– tido en una beata tragasantos. - Bien, bien, hijo mío. Voy a ponerte una penitencia muy leve. Toma mi propio anillo y prométeme que nunca te lo vas a quitar de tu dedo. - ¡Oh, Santísimo Padre, dejadme que bese vuestras manos!. .. Cuando el caballero qued6 a solas, lo primero que hizo fue mirar el anillo. Era de oro y tenía unas palabras grabadas: "Memento morí" (Acuér– date que has de morir) . Aquellas palabras se le grabaron profundamente en el alma. Venían a clavarse en la herida que le habían hecho las pa– labras del anciano labriego. Muchas veces quiso alargar las manos para cometer de nuevo el crimen. Para estrujar el goce que la vida le ofrecía... Pero siempre brillaban en el anillo y en la conciencia las mismas palabras: "Acuérdate que has de morir ...". 59

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