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El confesor le daba buenos consejos, le indi– caba los remedios que nos suelen indicar contra las tentaciones de la carne, y por fin derramaba sobre su alma la infinita calma de la absolución. Sin duda, Andrés se levantaba con el buen propó– sito de no volver a pecar. .. Pero otra vez la fragilidad de la carne, las ocasiones de pecado, ese no sé qué inexplicable que alienta en el fondo de todo hombre ... y volvía a pecar. Y retomaba al confesonario en busca de perdón y de paz. Llegó un momento en que el confesor se can– só. No pensó en el íntimo arrepentimiento de aquel hombre que, a pesar de todo, volvía en un gesto de profunda humildad al mismo confesor en busca del perdón que tanto necesitaba. ¿No era sufi– ciente? Cuenta la leyenda que un día el confesor, montando en cólera - lo peor que le puede pasar a un confesor- y echando mano de toda su moral y de las mil fórmulas contra los reincidentes, le negó la absolución. 40

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