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E 1 avión va descendiendo. Se distinguen ya las distintas tonalidades del mar al chocar mansamente sobre las costas de Mallorca. El caserío blanco de la ciudad de Palma se alarga entre campos verdes y molinos que arrancan a la tierra el frescor del agua. El avión toca tierra en Son Sanjuán y en la puerta de salida brilla la son– risa de la azafata y el sol de Mallorca. Estamos en Palma, "la ciudad de la calma". La ciudad de la luz también tiene sus som– bras. También se conoce aquí la violencia y el pecado. Sobre esta ciudad alegre y confiada flota una leyenda que cuenta un célebre alemán en uno de sus libros. ·No sé si ha venido él, mezclado entre tantos compatriotas suyos, a comprobar la veraci– dad de la leyenda. Cuenta que un pecador de esta ciudad, lla– mado Andrés, estaba hecho del barro frágil de todos los mortales. Y tenía la humildad de pocos hombres de acudir frecuentemente al confesonario. 39

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