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rostro de la princesa, enmarcado por el oro de sus cabellos. - ¿Qué queréis? - Permítame Su Majestad que yo sea tam- bién encarcelada con mi esposo. -¿Qué locura es esa? ¿No sabes que jamás tu esposo verá la luz del sol? ¿Que su cadena es perpetua, sin posibilidad de conmutación, de per– dón alguno? - Lo sé, Majestad. -¿Y sabes que no le tratarán como a un príncipe, sino como a un rebelde que cometió un crimen de lesa majestad? -Lo sé. - Entonces, ¿te has vuelto loca? -Quizá sea locura de amor. Pero, libre o pri- sionero, inocente o culpable, Juan Wasa es mi esposo. Cierra los ojos el rey. El corazón se le reblan- 34

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