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-Toma esta joya. Es una esmeralda. Vale mucho. Véndela y tendrás para vivir mucho tiem– po. Niño, si no quieres venir conmigo, yo no pue– do esperar más. Tengo mucha prisa. Artabán miró su bolsa. Sólo le quedaba el rubí. Los otros dos dones que llevaba al Rey de . los Judíos los había dado. Pero estaba contento. El era generoso y siempre socorría a los pobres. Siguió caminando de prisa. Ni siquiera se detuvo en el oasis que formaba una fuente y donde una familia, que sin duda marchaba hacia Egipto, es– taba abrevando al asnillo. La mujer era joven y llevaba un niño. El hombre, de edad madura, se le quedó mirando con curiosidad. Como si quisie– ra algo de él. Cuando llegó a Belén encontró la ciudad desolada. Los soldados de Herodes habían pasado allanando los hogares y matando niños. Las puer– tas se le cerraban. Cuando preguntaba por el Rey de los Judíos, algunos parecían mirarle con odio. Al fin un hombre le dijo: "Esa familia que buscas ha huido para Egipto. No hace mucho. Con el tiempo suficiente para que Herodes no matase al 17

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