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sigue siempre hacia Occidente, hacia Palestina, por el camino de las caravanas. Quizá nos alcan– ces" Artabán no perdió el tiempo en preguntas. Puso la cabeza de su camello hacia Occidente y comenzó aquella larga caminata que le llevaba hacia una gran esperanza. La sombra, que parecía una larga flecha delante de él, se iba haciendo cada vez más corta. El sol lanceaba su cabeza. Al fin la sombra quedó tras él. La noche se acercaba. El buen rey buscó un mesón para pasar la noche. Alli encontró gentes que marchaban desde Arabia hacia Egipto portando perfumes y perlas. A la mañana se unió a la caravana. Caminó en compañía de aquellos hombres que hablaban, como todos los pobres del mundo, de riquezas y de placeres que jamás habían dis– frutado. Todos tenían la esperanza de que Alguien llegaría que se acordase de los pobres. Artabán les dijo que aquellos tiempos estaban llegando. Las estrellas le habían dicho a él que en la parte más occidental de Asia, en Palestina, había nacido ese que traería la paz, la alegría y el bienestar a 15

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