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Los diarios mandaban a sus reporteros más sensacionalistas para entrevistar al santo sobre ]os grandes problemas económicos y políticos de nues– tro t iempo. En el valle de Espoleta se instaló un servicio de altavoces conectados con las emisoras italianas para que todo el mundo pudiera oir a San Francisco. Sencillo y humilde, como siempre, la barba rala, los ojos bajos, las manos en las mangas para esconder las llagas, se acercaba al micrófono des– pacio, casi indeciso. Ya llegó ... Todos contuvieron el aliento. No se oyó ni un aplauso. Por unos segundos en todo el mundo se pudo percibir el respirar suave y armónico del santo. Sonaron sus primeras palabras: - Paz y bien, hermanos ... Al segundo siguiente, las mismas palabras vol– vieron a sonar: 165

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