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Los veinticuatro ojos de los doce frailes casi estallan de sorpresa. Y sobrecogidos ante la gran– deza de lo milagroso, se retiraron sin volver la espalda. A la mañana siguiente, el altar estaba rehe– cho como si nunca hubiera sido destruido. ¿Qué significaría todo aquello? Seiscientos años después, los hombres sabios cavaron bajo el altar de la Basílica buscando el sepulcro del Santo, y lo encontraron. De lo pasa– do quedaba s6lo el mismo olor milagroso y los pobres huesos de un esqueleto. ¿Entonces? . . . Entonces .. . es que San Francisco, aquella noche comenzó a caminar por el mundo y los hombres no se dieron cuenta. Unicamente se dio cuenta un día de otoño un pastor en lo alto de un monte. Los dos perros que guardaban el rebaño contra los lobos vieron subir a un hombre por una trocha y corrieron a él sin ladrar, dando saltos de alegría como si le 161

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