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paron de él, pues pensaban: "A ningún santo se le ha hecho cosa semejante, puede San Francisco descansar tranquilo en la paz del Señor". Pero una noche un terremoto hizo bambo– learse la Basílica de Asís. No cayó al suelo porque corrieron los ángeles a poner sus manos poderosas de milagros y la sostuvieron. Los frailes, que en la penumbra y en el silen~ cío de la medianoche estaban rezando maitines, temblaron empavorecidos, y con sus ojos fríos de terror vieron que el altar, bajo el cual estaba en– terrado San Francisco, había sido derribado. Todos corrieron allí anhelantes. ¿Qué habría pasado? Por las hendiduras del sepulcro del Po– verello se colaba la luz de un gran resplandor entremezclado de una nunca olida fragancia. ¿Qué podría significar aquello? Y se acercaron más. Entonces, ¡oh maravilla de las maravillas!, "vieron que el Santo e'Staba de pie sobre la cober– tura del sarcófago, con los ojos abiertos como si estuviera vivo, con el ros'tro blanco y reluciente y con los rojos estigmas bañados de fresca sangre". 160

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