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El cuarto rey Mago había salido puntualmen– te, de madrugada, de su palacio llevando tres dones para el nacido Rey de Israel: un diamante, una esmeralda y un rubí. Sali6 con el sol de su casa. · Pronto abandon6 todo poblado y se intern6 por la montaña poblada de bandoleros. Había que cruzarla muy pronto, pues los bandidos sollan dar su golpe de noche y descansaban de madrugada. Artabán iba pensando en esto, cuando de pi-o_nto oyó los gritos desesperados de un hombre. ¿Sería una trampa? No obstante, su corazón se conmovió. Aquel hombre se quejaba desgarradamente., Artabán acercó al borde su camello y miró. Lo que vio era para conmover a cualquiera; Allá abajo había un hombre maltrecho, medio muerto. A ~~ alrededor las piedras estaban manchadas en sangre. No podía ser uno de los bandoleros. Arta– bán, que era un gran rey, sintió reblandecérsele el corazón y bajó corriendo, y acercándosele, le preguntó: - «¿Qué te ha pasado, amigo?". 12

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