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Dios!: su poder, su sabiduría, su eternidad. Pero cuando sabemos que en un punto diminuto de la tierra, Dios se ha hecho pequeño por amor de los hombres, no podemos menos de acercarnos a El. Creo que por eso nos atrevemos a decir tantas cosas al Niño Jesús. Cosas que serían ridículas si no las inspirase el amor. Pero cuando el alma está enamorada, lo ridículo resulta sublime. Quizá uno de los más grandes atractivos de San Antonio de Padua esté en que se nos acerca a nosotros con el Nifio Jesús en los brazos. Por ello nos resulta doblemente simpático. Pero tal vez muy pocos conocían esa anécdota de San Antonio de Padua que nació en Lisboa y fue allí creciendo. A nosotros, lo mismo que a Antonio en Lis– boa, el Niño Jesús nos pide la limosna de nuestro corazón durante la Navidad. Si nosotros estamos atentos al íntimo sentido de la Navidad cristiana escucharemos en lo más hondo una voz dulce, in– fantil, que nos llama y pretende dialogar con nosotros. Es el diálogo que rimó Lope de Vega así: 155

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