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r ue en mayo. Este mes blanco por las pri– meras flores y las primeras comuniones. Y fue en una iglesia de los suburbios de París. Un sacerdote estaba preparando a un grupo de niños para la primera comunión, cuando de repente la puerta de entrada rechinó. Las cabeci– tas de todos los niños se volvieron para mirar. Y vieron a un niño igual que ellos. Un niño que parecía haberse clavado en el suelo, sin atreverse a dar un paso adelante o echar a correr. El sacerdote , ~e acercó a él, le puso la mano bajo la barbilla y le hizo esas preguntas que siem– pre hacemos a los niños: - ¿ Cuántos años tienes? El niño no respondió. - ¿ Cómo te llamas? El pequeño apretó la cara contra las manos del sacerdote, pegó los ojos en el suelo, y los labios uno contra otro. 147
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