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Pasó otra noche, negra e interminable. El sol lanzó sus rayos de luz y esperanza sobre la madre y el hijo. Pero el día seguía avanzando sin que nadie llegase hasta aquella isla solitaria para so– correrlos. La madre tuvo una idea, que sólo a una madre se le puede ocurrir. Se despojó de su ropa, la ató en un palo, lo sujetó entre unas piedras para que quedase izada una bandera blanca pidiendo socorro y se echó, enormemente débil, junto a ella. No le quedaba vida para mucho tiempo, pero aquel ser que rebullía junto a ella - carne de su carne y sangre de su sangre- debía seguir viviendo .. . Le tomó entre sus brazos, le puso sobre su cuerpo, cogió una piedra y rasgó una de las venas de su propio pecho y aplicó allí los labios del niño, como cuando era más pequeño y mamaba en sus pechos. El niño cerró los ojos y se lanzó a aquel chorro de vida que se le brindaba como un rojo vino de amor. Cuando al final una barcaza de salvamento se acercó a aquella isla, vio, el hombre que saltó 142
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