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cielo azul, con un sol que alumbraba los mares de aguas aún frías, se destacaba el humo de la chime– nea del barco. Porque era un barco de vapor. El humo semejaba las bocanadas de un viejo fumador de pipa. La sirena lanzó de nuevo al viento su voz afónica. Llamaba a las gentes. Los pasajeros iban subiendo la escalerilla del barco. Eran gentes que vestían sus mejores trajes, que marchaban con una ilusión en el alma, algo que rompía la monotonía diaria. ¿Qué iría a hacer a la ciudad aquella madre con su hijo, un ángel rubio de unos dos años de edad? La madre lo llevaba cogido de la mano. Llegaron junto a la escalerilla del barco y enton– ces la madre le tomó en brazos. El niño se recostó sobre su hombro y quedó mirando con sus ojos de ángel azul a las gentes que quedaban en el muelle. Así, muy apretados el uno contra el otro, como presintiendo que algo les iba a separar, subieron escalerilla arriba. El práctico subió a un remolcador, se separa– ron las escalerillas, se soltaron las amarras y co– menzó la obra de desatraque. Avanzó el viejo y ·cada vez más diminuto .barco en busca de la salida 138

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