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para contemplar el prodigio y le siguieron luego a la iglesia, donde San Antonio hizo una copiosa pesca de almas. ¿,Qué más? Donde t ermina la historia comien– za b leyenda. Dice que entre los peces había también unas ranas que escuchaban atentamente con sus ojazos fijos en los labios del Santo. Pare– cían no perder nada. Cuando el sermón hubo ter– minado ellas se encondieron en el agua y, al llegar a sus palacios de cristal, les preguntaron las otras ranas y los renacuajos qué había dicho Antonio de Padua. Y las ranas respondieron simplemente: "Croa, croa, croa". Me parece a mí que esa respuesta de las ra– nas es la respuesta más repetida. Cuando se pre– gunta a muchas gentes qué han predicado, respon– den siempre lo que ellas han entendido, no lo que ha sido dicho. Cuando se pide a los predicadores que prediquen el Evangelio, se trata de un Evan– gelio que nos guste a nosotros, de una doctrina conforme con nuestra mentalidad y nuestros in– tereses. A lo peor - si lo dicho no tiene vuelta de 127

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