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las tardes, después del toque del ángelus, a su celda y allí platicaba con él de Dios. Le contaba también la predicación que tuvo por esos caminos del mundo y con las hermanas alondras, que eran casi tan buenas como él. El recibimiento de los pájaros en el monte Alvemia, y la mucha caridad del hermano halcón, que no le llamaba a media– noche a maitines cuando tenía mucho sueño. Al sonar todas las tardes las primeras cam– panadas del ángelus se acurrucaba cabe la puerta del enfermo hasta que una voz le llamaba dulce– mente: - Hermano cuervo, entra. Pero una tarde el enfermo no le llamó. Era la tarde del tres de octubre de 1226. Esperó el toque de las campanas. Tocaron las campanas y nadie se acordaba de él. Los frailes entraban y salían nerviosamente sin hacerle caso. Un momento, al oír a las alondras cantar de– lirantes en el jardín, pensó que el Padre Francisco, por escuchar a las alondras, se había olvidado de él. Y, aunque era bueno, sintió celos. Callaron las 114

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