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carne para sus enfermos. El señor Obispo sonrió, pagó la carne y recuperó la mitra. Iban pasando los años y el cuervo no huía a la montaña. El cuervo era feliz y, sin embargo, se murió de pena. A finales del verano de 1226 trajeron a Fran– cisco en unas parihuelas. Venía deshecho. Había estado muchos meses ausente y el cuervo ni un solo día había dejado de pensar en él. Por eso cuando le vio entrar así graznó lastimeramente. Pero Fray Francisco le llamó: - Hermano cuervo, ahora me tendrás que cuidar a mí. Al cuervo le dio el corazón un vuelco de ale- I gna. - Padre, no os faltará nada de lo que nece– sitéis. Y más diligente que nunca, el viejo cuervo atendía al santo enfermo. Este le llamaba todas 113

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