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- Monseñor, tú tienes muchos dones, y mien– tras tanto mis enfermos desfallecen de debilidad. Dame limosna para mis hermanos los enfermos. Al Obispo Guido, que siempre era muy cari– tativo con el cuervo, le pareció que, teniendo en cuenta el lugar, debía responderle así: - Hermano cuervo, comprendo perfectamen– te lo que me dices, pero siento mucho no poder darte limosna ahora, ya te la daré en otra ocasión. El cuervo no respondió. Retrocedió simple– mente un paso y se quedó mirando con sus ojos redondos, donde brillaba una chispa de indigna– ción, la mitra episcopal, que era un arco iris de perlas. Como era un cuervo inteligente, pensó: "Esto vale mucho más que todas las limosnas que me pueda dar el Obispo". Saltó veloz sobre la ca– beza pontifical, le quitó la mitra y salió con ella volando. Al Obispo Guido casi se le cae el báculo del susto, pero, reponiéndose, continuó la ceremonia. Al salir le estaba esperando un hombre para decirle que el cuervo había llegado a su carnicería con la mitra y había pedido, a cambio de ella, 112

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