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religiosos que alababan a Dios cantando. Cuando alguno faltaba sabía cuál era el motivo: si por cumplir el ministerio de la predicación, o por estar enfermo, o quizá porque se quedó en el bosque arrobado pensando en Dios y no oyó la campana. Cuando los frailes bajaban a comer, él baja– ba el último, dando pequeños saltitos por la es– calera, y se colocaba en el lavabo para lavar el pico, mientras sus hermanos se lavaban las manos. Luego se iba con ellos al refectorio para comer. Nunca quería más de lo que le daban, y siempre agradecía moviendo la cabeza. Los frailes decían admirados: -Si parece que tiene más inteligencia que muchos hombres. Y Fray Francisco pensaba las cosas en si– lencio... Un buen día, merced a un prodigio divino, el cuervo rompió a hablar; fue un día de júbilo en el eremitorio de los frailes. Todos repetían las palabras del cuervo; y hablaban de él como de 108

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