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Al retornar a su majada se quedaba pensan– do mucho tiempo. Parecía que aquel Niño se le hubiera metido muy en lo hondo del alma. No era ternura de mujer, no eran consuelos de pequeña madrecita, era gracia ·de Dios. Una mañana, al llegar, encontró a José y a María delante de un asno cargado. Estaban pre– parados para marchar. Tenían que huir a Egipto, porque Herodes buscaba al Niño para matarlo. La pastorcita lloró mucho. La Virgen la consoló y le dijo: "No llores. Verás al Niño siempre que quieras. Te bastará con cerrar los ojos. Será mejor que antes". El milagro se hizo. Cuando cerraba los ojos veía al Niño. Lo vio ir hacia Egipto entre arenas y palmerales. Lo vio beber agua en la fuente del oasis. Lo vio en Egipto, retomar a Nazaret, cre– cer ...Lo vio, por fin, predicar a las gentes. Enton– ces no necesitó cerrar los ojos, porque ella vivía en Jerusalén. Pero cuando estaba a solas en su casa cerraba con frecuencia los ojos para verle. Vivía la vida con los ojos cerrados y el alma abierta. 7
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