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subía al atardecer, cuando los árboles afilaban sus sombras sobre los caminos. Retomaba rápido con ansias de llegar a su nido. A los niños de Asís les parecía que las sombras se hacían más negras. Y el cuervo se iba alejando, alejando .. . y detrás de él quedaba una estela de graznidos: -Croás ... croás ... croás ... Una malaventurada noche el cuervo fue ca– zado. Estaba dormido tranquilo en su nido, allá en lo alto de la peña, en una hendidura por donde sólo cabía la mano. Llegó un cazador, puso un saco fuera, arrimó una luz y el cuervo se desveló . Debió creer entonces que el alba se había extendido sobre la montaña. Un alba rara, de color rojizo. El cuervo estaba cansado y adormi– lado, pero afiló su pico sobre la roca, pensó que nunca un cuervo debe de ser perezoso en levan– tarse, y salió fuera. Cuando se dio cuenta, estaba dentro de un saco. El cazador se lo regaló a unos rapaces. Estos le ataron una cuerda en una pata y se divertían mucho cuando el cuervo, creyéndose libre, se 104

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