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Entró un médico. Aquella mujer amenazaba con alborotar todo el hospital y quiso calmarla. De sobra sabía él que a su hijito la guerra lo había matado para siempre, pero cómo se lo iba a decir en aquellas circunstancias. Y empezó a pregun– tarle : -Tenga usted calma, mujer. ¿Cómo era su hijo? - ¡Oh! Mi hijo era rubio, mi hijo tenía un año de edad. Mi hijo ya sabía decir mamá. Doctor, sea usted bueno. Tráigame a mi hijo. Si yo tuviese piernas lo saldría a buscar, a hurgar, y estoy segu– ra que allá en el puerto, dormidito aún, encontra– ría a mi hijo. Doctor, sea usted bueno. Tráigame a mi hijo. El médico tuvo que salirse porque, a pesar de la dureza de las escenas presenciadas durante la guerra, los ojos se le llenaban de lágrimas. Durante todo el día estuvo pensando en el hijo de aquella mujer. Las ambulancias iban lle– gando y trayendo más heridos al hospital. Algunos rescatados de entre los escombros de sus propios hogares. 97

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