BCCCAP00000000000000000000542

la gruta y pidió a la Virgen que le enseñara el Niño. Lo cogió en sus brazos ... Le miró larga– mente ... Lo besó y se fue. Todas las mañanas, antes de que asomara el sol por el horizonte, asomaba la pastorcita en la entrada de la gruta y le pedía a la Virgen que le enseñara el Niño; María, con inmensa ternura, se lo ponía en sus brazos. La pastorcita lo acariciaba, le hacía fiestas, le contemplaba largamente si es– taba dormido, le daba un beso al final y se mar– chaba. El Niño iba creciendo. Era rubio como su antepasado David, como su madre María y como la pastorcita que le contemplaba arrobada cada mafiana. Aprendió, incluso, a pronunciar su nom– bre. Nombre que nosotros aún no hemos sabido. Pero el Niño Jesús, desde que tenía trece meses pronunció el nombre de aquella pastorcita que le contemplaba todas las mañanas, y cuando podía le llevaba algún obsequio. Cada mañana, cuando aparecía en la entrada, el Niño la llamaba. Ella sonreía de gusto. Lo cogía, lo besaba, lo sostenía mientras aprendía a andar... 6

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz