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84 vaban sobre su cabeza, dos aparecían extendidas en actitud de volar y las otras dos cubrían todo el cuerpo. Ante visión tan maravillosa, llenóse de estupor el Santo y experi– mentó en su corazón un extraordinario gozo, mezclado de algún do– lor. Porque, en primer lugar, veíase inundado de alegría con aquel espectáculo admirable, en el cual se gloriaba en contemplar a Cristo bajo la forma de un serafín; mas al propio tiempo, la vista de la cruz atravesaba su alma con la espada de un compasivo dolor. Era grande su admiración ante una visión semejante, pues no ignoraba que los sufrimientos de la pasión eran incompatibles con la inmortalidad de los espíritus celestes. De aquí vino a conocer por revelación divina que esta visión le había sido providencialmente presentada para que, como amante de Cristo, comprendiera que debía transformarse total– mente El, no tanto por el martirio corporal, cuanto por los amorosos incendios de su espíritu. Al desaparecer aquella visión dejó en el co– razón de Francisco un ardor admirable e imprimió en su cuerpo una efigie no menos maravillosa, pues al momento comenzaron a aparecer en sus manos y en sus pies las señales de los clavos, iguales en todo a las que poco antes había visto en la imagen del serafín crucificado. V así era, en verdad, porque sus manos y sus pies veíanse atra– vesados en el centro por gruesos clavos, cuyas cabezas aparecían en la parte interior de las manos y superior de los pies. Las puntas apa– recían a la parte exterior de las manos y en la planta de los pies. La cabeza era redonda y negra, y las puntas, largas y afiladas y con evidentes señales de haber sido retorcidas, y así los clavos sobre– salían del resto de la carne. De igual modo, en el lado derecho dei cuerpo del Santo aparecía, como formada por una lanza, una cicatriz roja, de la que brotaba, a veces, tanta sangre, que llegaba a humede– cer la túnica y los paños menores. (Ibídem XIII, 3.) 20. Muerte y funerales de San Francisco: Cumplidos, por fin, en Francisco todos los designios divinos, su alma santísima, libre ya de las ligaduras de la carne y abismada en el piélago de la claridad divina, se durmió tranquilamente en el Señor. V he aquí que un religioso, compañero suyo, vio que aquella alma bienaventurada, bajo la forma de una estrella refulgente y rodeada de una blanquísima nube, atravesaba las esferas celestes hasta llegar de– rechamente a la gloria. Como que se hallaba adornada con el candor de la más sublime santidad y llena juntamente de la abundancia de sabiduría y gracia celestial, con las cuales mereció el varón santo penetrar en el lugar de la paz y del descanso, donde, unido con Cristo, goza para siempre de Dios. (Ibídem XIV, 6.) 21. Visión de fray Agustín y del Obispo de Asís: Era a la sazón Ministro provincial de la Tierra de Labor un tal fray Agustín, varón de gran santidad, el cual, próximo a la muerte y per– dido mucho antes el uso de la palabra, la recobró súbitamente, y oyén– dole cuantos a su alrededor se encontraban, exclamó y dijo: « ¡Espé– rame, Padre mío, espérame un poco; quiero ya unirme contigo!" Llenos de admiración, preguntáronle los religiosos a quién dirigía estas pa– labras, y él les respondió: «Pues, ¡qué!, ¿no veis a nuestro Padre Francisco que sube hacia el cielo?» V al momento aquella alma, de-

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