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carro un globo de luz tan parecido en sus fulgores al sol, que convir– tió las tinieblas de aquella oscura noche en clarísimo día. Llenáronse de asombro los que estaban en vela, y atónitos despertaron a los dor– midos, sintiendo todos en su corazón los efectos de una claridad inte– rior no menos intensa que la que percibían con los ojos corporales, pues en virtud de aquella luz admirable a cada uno se le patentizaban los más íntimos secretos del corazón de los demás. Fácil les fue a to– dos comprender, al penetrar el alma de sus compañeros, que el será– fico Padre, a quien, aunque ausente en el cuerpo, tenían presente en el espíritu, les había sido mostrado por el Señor transfigurado de aquel modo, rodeado de celestiales fulgores e inflamado por virtud divina en santo incendio de amor, arrebatado en carro de luz y de fuego para que, como verdaderos israelitas, marchasen seguros en pos de que, cual otro Elías, había sido constituido por Dios guía y carroza de las almas que desean subir a la cumbre de la (Ibídem IV, 4.) 9. Un ángel muestra a fray Pacífico el trono preparado en el cielo para San Francisco: 80 Iba este religioso una vez en compama del Santo, y entraron en una iglesia medio abandonada. Oró el religioso con tal fervor, que al momento quedó elevado en éxtasis, y vio en el cielo una gran mul– titud de tronos, y entre ellos uno mucho más rico que los otros, ador– nado con variedad de piedras preciosas y resplandeciente de gloria y majestad. Admirado de tan celestial refulgencia comenzó a discurrir para quién estaría reservado trono tan excelso. Absorto en estos pen– samientos, oyó una voz que le dijo: «Este trono, que perteneció en otro tiempo a uno de los ángeles caídos, se reserva ahora para el humilde Francisco». (Ibídem VI, 6.) 10. Francisco expulsa los demonios de Arezzo: Sucedió también que en cierta ocasión Francisco a Arezzo, precisamente cuando esta ciudad se hallaba dividida en bandos tan enconados, que amenazaban una total e inminente ruina. Hospedado en uno de los arrabales de la ciudad, vio sobre ella gran multitud de espíritus malignos, que perturbaban a los ciudadanos y los excitaban a la mutua matanza. Resuelto el Santo a desterrar aquellas sediciosas potestades infernales envió delante de sí, como nuncio o embajador, al bienaventurado fray Silvestre, varón de columbina sencillez, dicien– do: Marcha, hijo mío, a fas puertas de la ciudad, y de parte de Dios omnipotente, y en virtud de la santa obediencia, ordena a esos demo– nios que se ausenten inmediatamente. Apresuróse el verdadero obe– diente a cumplir las órdenes de su amantísimo Padre, y cantando con fervor las alabanzas del Señor, comenzó a clamar alegre al llegar a la ciudad: «De parte de Dios omnipotente, y por orden de su siervo Francisco, apartaos prontamente de aquí, espíritus infernales». Inme– diatamente quedó pacificada la ciudad, y tranquilos sus moradores, respetaron mutuamente los derechos de cada uno. (Ibídem VI, 9.)

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