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en El tengo puestos todos mis tesoros y he colocado toda mi esperan– za. Al contemplar el Obispo un acto tan sublime, y admirado al ver tan extremado fervor en Francisco, como era hombre de bondadosa piedad, le abrazó con ternura y le cubrió con el manto que llevaba puesto, y ordenó al propio tiempo a sus servidores le trajesen alguna ropa con que vestir aquel delicado cuerpo. Para cumplir sus mandatos, le presentaron una túnica pobre y raída, de un campesino de los que estaban al servicio del Prelado. Lleno de alegría recibió Francisco aquel vestido, en el que hizo con su propia mano la señal de la cruz, valién– dose para ello de un poco de tiza que pudo haber a las manos. Formó de este modo un vestido que remedaba la imagen de un hombre po– bre, crucificado y semidesnudo. Así se despojó de todos los bienes el siervo del gran Rey para seguir desnudo a su Señor, desnudo también en el árbol santo de la cruz, a quien él tiernamente amaba. Por lo que Francisco, fortalecido con la cruz, procuró cobijar su alma bajo el ma– dero de salvación para salir con él libre del naufragio de este mundo. {Ibídem 11, 4.J 6. El Papa Inocencia 111 ve en sueños a Francisco que sos– tiene la Basílica de Letrán: Y movido por el Espíritu divino, reconoc10 que en Francisco debía cumplirse la visión que él mismo había tenido por aquel tiempo. Pa– recióle, en efecto, según refirió después, ver en sueños que la basílica lateranense amenazaba ruina, y al propio tiempo vio a un hombre po– bre, vil y despreciable, que con sus hombros la sustentaba para que no cayese. Y dicho esto exclamó: Este es, en verdad, quien con su ejemplo y doctrina ha de sostener fa santa Iglesia de Dios. (Ibídem l!I, 10.) 7. El la Regla franciscana: Por lo cual accedió con sumo gusto a la petición del Santo, y de allí en adelante le amó siempre con especial ternura. Le concedió, por tflnto, lo que le pedía, prometiéndole conceder mucho más para el futuro. Aprobó también la Regla y le impuso el mandato de ir por el mundo a predicar la penitencia, y que a todos los hermanos legos que habían acompañado al Santo les hiciesen en la cabeza una pequeña tonsura para que más libremente pudieran predicar por todas partes la palabra divina. (Ibídem 111, 10.) 8. Aparición de San Francisco en un carro de fuego: Mientras moraban en el lugar mencionado, un sábado se dirigió Francisco a la ciudad de Asís para predicar el siguiente domingo, según tenía por costumbre, en la iglesia catedral. Y sucedió que al pasar la noche el siervo de Dios en elevada oración, retirado en una rústica cabaña de la huerta de los Canónigos y ausente corporalmente de sus hijos, he aquí que hacia la media noche, cuando estaban sus religiosos en Rivotorto, unos durmiendo y otros velando en oración, vieron entrar por la puerta de la humilde vivienda un carro de fuego de resplandor admirable, que por tres veces recorrió de una a otra parte el interior de aquella pobre choza, y distinguieron además sobre el 79
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