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78 2. Francisco regala sus vestidos a un caballero pobre: Libre Francisco de esta enfermedad y cuando, según su costum– bre, preparaba ricas y hermosas vestiduras, le salió al encuentro un soldado, noble por su origen, pero sumamente pobre y mal vestido. A la vista de tan extremada pobreza se sintió conmovido Francisco, y desnudándose al punto los propios vestidos, los entregó sin demora al pobre soldado. Ejerció a la vez dos actos de ti.:irna piedad: cubrió la vergüenza de un militar noble y socorrió la indigencia en que se halla– ba un pobre mendigo. (Ibídem 1, 2.) 3. El sueño de las armas: Mas cuando en la noche siguiente se entregaba al descanso, mos– tróle la bondad divina un palacio grande y sumamente precioso, de cuyas paredes pendían toda suerte de armas y aprestos militares se– ñalados con una cruz de Cristo, dándosele a entender con esto que la misericordia ejercitada por amor del gran Rey en favor de un pobre soldado había de ser recompensada con un premio incomparable. (Ibí– dem 1, 3.) 4. Francisco oye la voz del Crucifijo de San Damián: Sucedió, en efecto, que salió cierto día al campo para consagrarse a la contemplación, y al pasar cerca de la iglesia de San Damián, cuyos vetustos muros parecían amenazar inminente ruina, movido, sin duda, por inspiración divina, entró en ella para hacer oración, cuando he aquí que postrado ante la imagen de un devoto crucifijo sintió inun– dado su espíritu de una consolación toda celestial, y llenos de mas sus ojos, los fijó en la cruz del Señor, desde la cual salió una voz perceptible a los oídos del cuerpo, que por tres veces le dijo: Fran– cisco, ve y repara mi casa, que, como ves, se está arruinando toda. (Ibídem 11, 1.) 5. Francisco renuncia a la paterna: No contento con esto el intentó obligar a su hijo, que se había ya desposeído del dinero, a que se presentase ante el Obispo de la ciudad para que en sus manos hiciese, a la fuerza, formal re– nuncia de la herencia paterna y le devolviese todos los bienes que poseía. Dispuesto se manifestó a ejecutar prontamente la voluntad del padre aquel hijo tan amante de la pobreza, y llegado a presencia del Obispo no vaciló un solo instante, ni exhaló una sola queja, ni esperó que se le intimase la orden, sino que desnudándose al punto de todos sus vestidos, los entregó gozoso a su padre. Entonces pudo observarse que el siervo de Dios, a raíz de su carne y debajo de su rico traje, traía un áspero cilicio, que le cubría todo el cuerpo. Y no paró aquí su admirable desprendimiento: ebrio con la dulce violencia del amor divino, se despojó de los mismos paños interiores, quedando enteramente desnudo en presencia de todos. Dirigióse después al pa– dre y le dijo con voz entera, pero respetuosa: Hasta ahora os he dado el nombre de padre aquí en la tierra, pero en adelante podré decir con toda seguridad: «Padre nuestro, que estás en los cielos». Porque
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