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La Basílica de San Francisco es el edificio más conocido de Asís, construido fuera de las murallas de la antigua ciudad. Ini– ciada poco después de la muerte de San Francisco, se cubrió en el año 1236, se la dotó de campanas en 1239 y fue consagrada solemnemente por el mismo Papa el año 1255. A fin de no comprometer la armonía arquitectónica, el Ayun– tamiento prohibió toda clase de construcciones delante de la fa– chada y de la parte que mira a la ciudad. Por eso los frailes tu– vieron que levantar el convento en el espacio restante, apunta– lándolo con potentes contrafuertes, como una fortaleza. La Basílica representa una original lectura o celebración de la experiencia franciscana, obra de dos personalidades de talla excepcional: fray Elías de Cortona, arquitecto, y Giotto, pintor. Naturalmente, al lado de estos dos protagonistas han trabajado también otras personas de valor indudable. La lectura de Francisco, hecha por Giotto, es la que ha en– contrado aprobación más unánime. En cambio, la lectura de fray Elías ha sido bastante discutida. Para comprender las razones de esa crítica basta contemplar la mole impresionante de con– trafuertes e imaginarse uno el tugurio de Rivotorto, la iglesia de Santa María de los Angeles y de San Damián, las Cárceles, las Celdas de Cortona, Monte Casal e ... Sin embargo, también hay que comprender que los hombres tienen cierta necesidad de epopeyas, y San Francisco, cierta– mente, se prestaba a inspirar una. Más en consonancia con el mensaje franciscano son, desde luego, los deliciosos frescos de Giotto de la Basílica superior: 28 cuadros que constituyen una espléndida biografía artística (algo parecido a la «Biblia pauperum") de San Francisco ofre– cida a los peregrinos que, a lo largo de los siglos, han subido a Asís. He aquí los motivos de la genial obra de Giotto, presentados y comentados con pasajes de las fuentes bibliográficas francis– canas. 1. Un hombre sencillo extiende su capa a los pies de Fran– cisco: Así se explica que cierto hombre, muy simple, de la ciudad de Asís, inspirado sin duda por Dios, siempre que al recorrer las calles de la ciudad se encontraba con Francisco, solía quitarse la capa y la extendía a sus pies, asegurando a todos, con espíritu profético, que Francisco llegaría a ser digno de gran reverencia, porque había de realizar estupendas maravillas y merecer por esto ser honrado glo– riosamente por todos los fieles del mundo. (San Buenaventura, Leyenda de San Francisco 1, 1.) 77

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