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B::ijo la inspiración de Dios, comenzó algunos días después a reca– pacitar este sacerdote sobre lo que había hecho el bienaventurado Francisco. Se decía: «¿No soy yo por ventura un miserable, que en mi vejez me desvivo por las cosas temporales y las busco, mientras este joven las desprecia y aborrece por amor de Dios?» A la noche siguiente vio en sueños una cruz inmensa, cuya cima tocaba los cie– los, cuyo pie se apoyaba en la boca del bienaventurado Francisco y cuyos brazos se extendían de una a otra parte del mundo. Al des– pertar del sueño creyó este sacerdote que el bienaventurado Fran– cisco era un amigo de Dios y que la Religión por él fundada se dilataría por todo el mundo. Por eso comenzó a ser temeroso de Dios y a hacer penitencia en su propia casa. Después, pasado algún tiem– po, ingresó en la Orden de los frailes, donde acabó gloriosamente coronando una vida santa. (Leyenda de los tres compañeros IX, 30-31.) También fray Rufino está ligado al recuerdo de la catedral de Asís por el célebre sermón que allí tuvo. El frailecillo, primo de Clara, era muy delicado y tímido. Sobre todo era un gran con– templativo. Según las Florecillas, San Francisco le invitó un día a sobreponerse a su timidez teniendo en la ciudad de Asís una memorable prédica. 70 El dicho fray Rufino andaba tan absorto en Dios por la continua contemplación, que se había hecho casi insensible y mudo, y rarísima vez hablaba; además, no tenía gracia para predicar ni facilidad para hablar; no obstante, San Francisco le mandó que fuese a Asís y pre– dicase al pueblo lo que Dios le inspirase. A lo que fray Rufino respondió: -Padre reverendo: te suplico que me dispenses y no me mandes, pues ya sabes que no tengo el don de predicar y que soy simple e idiota. -Ya que no me has obedecido pronto-le dijo San Francisco-, te mando, por santa obediencia, que vayas sin hábito a Asís, con sólo los paños de honestidad, y entres en una iglesia y prediques así al pueblo. Al oír este mandato, fray Rufíno se quitó el hábito y marchó a Asís; entró en una iglesia, y habiendo hecho reverencia al altar, subió al púlpito y se puso a predicar, de lo cual comenzaron a reírse los mu– chachos y los hombres, diciendo: -Estos, con la mucha penitencia que hacen, se vuelven fatuos y andan fuera de sí. Mientras tanto, reflexionando San Francisco en la presteza con que había obedecido fray Rufino, que era gentilhombre de los principales de Asís, y en el duro mandato que le había impuesto, comenzó a re– prenderse a sí mismo, diciendo: -¿De dónde te ha venido tanta soberbia, hijo de Pedro Bernardón, hombrecíl/o vil, que mandes a fray Rufino, que es gentilhombre de los principales de Asís, que vaya, desnudo como un fatuo, a predicar al pueblo? Por cierto, que has de experimentar en ti lo que mandas a los otros. Y al instante, con fervor de espíritu, se desnudó de la misma ma– nera y se fue a Asís, acompañado de fray León, para que les llevase su hábito y el de fray Rufino. Al verlo en esta disposición, los de Asís
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