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quiera, decía: «Será de esta manera o de la otra», así sucedía siempre al pie de la letra. Y fueron tantos los sucesos de esta naturaleza vistos y presenciados por nosotros que nos haríamos interminables si pretendiéramos mencionarlos o escribirlos todos. (Espejo de per– fección CI.J 4. El VALLE DEL TESCIO Despojado los ricos vestidos confeccionados con las me- jores del negocio paterno y vistiendo el sayal de un ere– mita, en presencia del obispo, Francisco dejó la ciudad y se en– caminó, completamente solo, hacia la «Rocca», rodeó sus muros gigantescos y se encontró de frente al valle del Tescio. Allí, to– davía hoy, un sendero desciende hacia el valle, pasa sobre un puente, denominado en tiempos de Francisco « Puente de los Gallos», y se interna en el bosque. Francisco lo recorrió cantan– do y, de improviso, se topó con unos ladrones. Rotas desde entonces las pesadas cadenas de mudanales concupis– cencias, abandonó su pueblo natal en busca de la soledad y el retiro, para oír allí, en la quietud del espíritu y en el silencio de la Natura– leza, los inefables secretos de la comunicación divina. Mientras cami– naba por la espesura de un bosque cantando con júbilo, en lengua francesa, alabanzas al Señor, de improviso se arrojaron sobre él unos ladrones, que se ocultaban en una caverna. Preguntáronle con aire soberbio y altivo quién era, y Francisco, lleno de confianza, les res– pondió con acento profético: Yo soy el pregonero del gran Rey. Irrita• dos los malhechores con esta respuesta, lo golpearon inhumanamente y lo arrojaron en un grande estanque de nieve, diciéndole con escar– nio: «Quédate ahí tú, que te precias de ser el rústico pregonero de Dios». Cuando se fueron los facinerosos salió Francisco de aquel lu– gar, y lleno de inefable gozo comenzó a cantar de nuevo con más suavidad y armonía mil himnos de alabanza al Criador de todo cuanto existe. (San Buenaventura, Leyenda de San Francisco 11, 5.J 5. LA IGLESIA DE SAN NICOLAS Se levantaba en el ángulo de la Plaza del Ayuntamiento, don– de se encuentra hoy el edificio de Correos, y quedan muy pocos restos: la cripta de columnas y una bóveda del crucero. Cuando Bernardo de Ouintavalle manifestó a Francisco el de– seo de seguirlo, los dos quisieron encontrar en el Evangelio una confirmación de sus aspiraciones. 68 Levantáronse muy de mañana, y en compañía de otro, llamado Pe– dro, que deseaba igualmente hacerse fraile, fueron a la iglesia de San Nicolás, próxima a la plaza de la ciudad de Asís. Entraron en ella para orar, y no sabiendo buscar las palabras· del Evangelio sobre la renun-
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