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5 no aprobaba la conducta del esposo. Cuando éste marchó de v1aJe, obligado por asuntos de familia, ella habló al hijo con palabras de cariño, y en vista de que no podía retraerlo de su santo propósito, conmovidas sus entrañas, rompió las cadenas y le dejó marchar libre. Francisco, dando gracias a Dios todopoderoso, regresó al lugar donde había estado anteriormente, usando de mayor libertad, probado ya por las tentaciones. Mientras tanto regresó su padre, y al no encontrarle, amontonando pecados a pecados, dirigió sus injurias contra su esposa. Corrió presuroso al Palacio municipal, querellándose de su hijo ante los cónsules de la ciudad para que le forzasen a devolverle el dinero que había sacado de casa. Al verle tan airado, los cónsules llamaron a Francisco, a voz de pregonero, para que cómparecíese ante ellos. Respondió él que desde el momento en que era libre, por la gracia de Dios, y siervo del Altísimo, no estaba sujeto al poder de los cón– sules. No quisieron éstos forzarle, y dijeron al padre: «Desde el mo– mento en que se consagró al servicio de Cristo quedó exento de nues– tra jurisdicción». Al ver el padre que nada podía conseguir ante los cónsules, pro– puso esta misma querella ante el Obispo de la ciudad. Este, discreto y sabio, llamó a Francisco en debida forma, a fin de que compareciese a responder de las querellas del padre, y en contestación a esta cita dijo: Iré ante el señor Obispo porque es el padre y señor de las almas. Vino, pues, al Obispo, que le acogió con grande alegría. Díjole: «Tu padre está escandalizado e irritado contra ti. Por tanto, si deseas ser– vir a Dios devuélvele el dinero que tienes, el cual, no siendo tal vez producto de cosas justamente adquiridas, no quiere el Señor que !o gastes en obras de la Iglesia, en atención a la voluntad de tu padre, cuyo furor se aplacará luego que lo reciba. Ten confianza en Dios, hijo, y obra varonilmente y sin temor alguno, porque El será tu ayuda y te dará abundantemente lo necesario para las obras de su Iglesia». Levantóse el varón de Dios, alegre y confortado por las palabras del Obispo, y puesto en su presencia el dinero, dijo: Señor, quiero con ánimo alegre devolverle no sólo el dinero que tengo como producto de sus cosas, sino también los vestidos. Y entrando en la cámara del Obispo, se despojó de ellos, puso encima el dinero, salió afuera des– nudo y dijo, en presencia del padre y de todos cuantos allí estaban: Hasta ahora llamé padre mio a Pedro Bernardón, pero ya que me he propuesto servir a Dios, le devuelvo el dinero, causa de su irritación, y, además, todos los vestidos que he comprado con su dinero, porque quiero desde este momento decir: Padre nuestro, que estás en los cielos, y no: Padre Pedro Bemardón. Pudo entonces comprobarse cómo el varón de Dios tenía cilicio bajo los vestidos de grana y a raíz de la carne. Encendido su padre por el dolor y por la ira, levantóse y cogió el dinero y todos los vestidos. Mientras regresaba con ellos a su casa, los que habían estado presentes a este espectáculo se indignaron contra él porque no dejaba a su hijo ningún vestido. En cambio, mo– vidos de piedad hacia Francisco, comenzaron a llorar copiosamente. Consideró el Obispo con maduro examen el ánimo del varón de Dios, y admirado de su fervor y constancia, le cogió al momento entre sus b1 azos y cubrió le con su propio manto episcopal. Porque vio cla– ramente que sus hechos nacían de consejo divino y conoció que en– cerraban misterio las cosas que había presenciado, y así se declaró 65
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