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que, al menos, te venda una gota de sudor». Oído esto por el varón de Dios, lleno de un gozo intenso, respondió en francés y con energía de espíritu: Yo se lo venderé a mi Dios, y a muy buen precio. [Leyen– da de los tres compañeros VII, 23.) El primer «Nicodemo» que quiso conocerlo personalmente, de noche, fue Bernardo de Ouintavalle, que hizo por encontrarle y lo invitó a su casa. Conocida de muchos la verdad de la doctrina del bienaventurado Francisco y la sencillez de su vida, después de pasados dos años de su conversión comenzaron algunos varones a sentirse, con su ejemplo, animados a penitencia y a unirse a él en hábito y en vida, dadas de mano todas las cosas. Fue el primero de ellos fray Bernardo, de santa memoria, el cual, considerando la constancia y el fervor del bienaven– turado Padre en el servicio divino, el mucho trabajo en reparar las iglesias derruidas y su vida dura, sabiendo que en el mundo había vivido regaladamente, propuso en su corazón dar a los pobres todo cuanto tenía, según Dios se lo diese a entender, y unirse a él tuamente. Para ello presentóse cierto día secretamente al varón Dios, a quien manifestó su propósito, y ambos quedaron concertados en que el Santo iría, entrada la noche, a buscarle. El bienaventurado Francisco dio gracias a Dios, pues aún no tenía ningún compañero, y se alegró mucho, porque fray Bernardo era un hombre ejemplar. Llegada la noche convenida, acudió Francisco con gozo a casa de Bernardo y con él estuvo toda la vigilia. Preguntóle Bernardo cuál sería el mejor empleo que uno podía dar a los bienes recibidos del Señor, pocos o muchos, en el caso de querer deshacerse de ellos de haberlos poseído durante muchos años. Respondióle el bienaven– turado Francisco que tales cosas se las debía devolver al Señor, de quien las había recibido. Y fray Bernardo: « Hermano, yo quiero dar todas mis cosas por amor de Dios, que me las dio, como a ti mejor te pareciere convenir». Contestó el Santo: Muy de mañana iremos a la iglesia y allí conoceremos, por el líbro de los Evangelios, la forma que el Seiíor enseñó a sus discípulos. (Leyenda de los tres compañe– ros VIII, 27-28.) 3. El OBISPADO No queda nada del edificio en que vivió el obispo Guido, pero, como sucede con la casa de Clara, se sabe bien dónde estaba, es decir, en el área misma del actual obispado. Tal vez se con– serven algunos elementos arquitectónicos, en la forma que te– nían en el edificio antiguo. Justamente aquí, en el palacio del señor obispo, tuvo lugar el choque y la rotura definitivos entre Francisco y su padre. 64 Sin embargo, Francisco hácese con esto más resuelto y más va– liente para seguir su santo propósito, sin perder la paciencia, a pesar de las amenazas y del cansancio producido por las cadenas. La madre
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