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Dante ha llamado a San Francisco un sol. El sol ocupa el cen– tro de un sistema de planetas y de satélites que se mueven en torno a él y mantienen un equilibrio dinámico perfecto. También en torno a Francisco giran planetas y satélites que participan de su dinamismo y de su riqueza humana y espiritual Basta pen– sar en Clara, en los primeros compañeros, en el propio obispo de Asís y en otros personajes. De tales personajes sobreviven aún huellas y monumentos que debes conocer para formarte una idea más completa de to– das las perspectivas de la personalidad de San Francisco. 1. LA CASA DE CLARA Aun cuando no se conserva nada, conocemos exactamente su ubicación, a la entrada de la Plaza del Ayuntamiento, en la par– te izquierda. De hecho, en un acta notarial del año 1148 el abuelo de Clara se compromete a no levantarla más para no romper la armonía de la plaza. Clara, pues, habitaba en el mismo barrio de Francisco. Con toda probabilidad lo admiró cuando pasaba, joven rey de la ale– gría, bajo las ventanas de su casa. El encanto de aquel joven se cambió en admiración espiritual, que duró toda la vida. 2. LA CASA DE BERNARDO DE QUINTAVALLE Durante dos años Francisco vivió una experiencia de soledad, ridiculizado por sus paisanos, regañado por el padre, no com– prendido de la propia madre. Viéndole su padre en tanta vileza y desprecio, apoderóse de él in– tenso dolor y, porque le había amado mucho, maldecíale dondequiera que le encontraba, y hasta se dolía y sentíase avergonzado de la apa– riencia casi cadavérica que ofrecía el cuerpo de su hijo, por la extrema penitencia y mortificación. El varón de Dios, ante las maldiciones pa– ternas, tomó por padre suyo cierto hombre, pobrecillo y despreciado, y díjole: Ven conmigo y te daré de las limosnas que me dieren. Y cuando oyeres que mi padre me maldice. y yo te diiere: «Bendíceme, padre», me bendecirás y harás sobre mí la señal de fa cruz, en vez de él. Cuando este pobre le daba la bendición decía el varón de Dios a su padre: ¿No crees que Dios puede darme un padre que me bendi– ga contra tu maldición? Estaba entregado cierta mañana de invierno a la oración, cubierto con pobres vestidos, cuando acertó a pasar junto a él un hermano car• nal suyo, que le dijo irónicamente a un convecino: «Dile a Francisco 63

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