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Dicho esto se levantó, prosiguieron el camino y llegaron, final– mente, al lugar que habían elegido antes sus compañeros. En alabanza de Dios y de su santísimo nombre. Amén. Esto, por lo que hace a la primera consideración de cómo San Fran– cisco llegó al monte Alverna. (Florecillas, Consideraciones sobre las llagas, l.) Permanecía aún en el eremitorio, que del lugar donde está enclava– do llámase Alverna, cuando dos años antes que su alma volara al cielo vio Francisco, por voluntad de Dios, un hombre, cual un serafín con seis alas, crucificado y con las manos extendidas y los pies juntos, que permanecía ante su vista. Dos alas se elevaban sobre su cabeza, otras dos se extendían para volar y las dos restantes cubrían todo el cuerpo. Admirado de esta visión, el servidor del Altísimo llenábase de grande estupor y no podía penetrar el significado de la misma. Ale– grábase en gran manera y gozábase íntimamente con la afable y gra– ciosa presencia del serafín que tenía delante, cuya hermosura y belle– za eran en extremo inefables; mas le afligía y amargaba cruelmente la crucifixión y la acerbidad de sus tormentos. Levantóse a la vez afligido y gozoso y con extrañas alternativas de pena y contento. Pre– guntábase con ansia qué podía significar aquella visión, y su espíritu penaba discurriendo múltiples y opuestos significados. No acababa de penetrar todavía el sentido, y apenas se había repuesto de la novedad de la visión, cuando comenzaron a percibirse y aparecer en sus manos y pies las señales de los clavos, idénticas a las que notara en el serafín alado y crucificado. Veíanse las manos y los pies traspasados en su mitad o centro. y las cabezas de los clavos aparecían en la parte interior de la mano y en la superior de los pies. y sus puntas en la parte opuesta. Las señales de las palmas de las manos eran redondas y por encima pun– tiagudas, de modo que se advertían algo más carnosas, como si las punt1s salientes de los clavos hubieran sido retorcidas y machacadas, sobresaliendo del resto de la carne. En idéntica forma estaban im· presas las señales en los pies y más prominentes que lo restante. El costado derecho estaba atravesado como por una lanza, por cuya ci– catriz abierta derramaba muchas veces sangre, tan abundante, que lle– gaba en ocasiones a teñir la túnica y aun los paños menores. ¡Oh, y cuán pocos, mientras vivió el crucificado servidor de Dios, merecie– ron ver la sagrada Llaga del costado! ¡Dichoso Elías, que en vida del Santo mereció contemplarla, y no menos feliz Rufino, que con sus pro– pias manos llegó a tocarla! Pues como una vez dicho fray Rufino metiese la mano en el seno del santísimo Padre para friccionarle, des• lizósele un tanto hasta llegar al costado derecho, y entonces, al acaso, tocó aquella preciosa cicatriz. A cuyo tacto el siervo de Dios experi– mentó gravísimo dolor, y alejando la imprudente mano pidió al Señor que le perdonara. Con extrema solicitud ocultaba estas cosas a los profanos, y tanto que aun las escondía a los más ailegados, de modo que los mismos religiosos que con él moraban y los compañeros devo– tísimos que siempre le seguían lo ignoraron por mucho tiempo. (1 Ce– lana 111, 94-95.) 59
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