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58 -¿Sois vosotros compañeros de aquel fray Francisco de Asís de quien se cuenta tanto bien? Respondieron ellos que sí, y que para él venían a pedirle el asno. Entonces el buen hombre aparejó el asno con mucha devoción y soli– citud, y él mismo se lo llevó a San Francisco, y con grande reverencia le ayudó a subir encima. Siguieron el viaje, acompañándolos el labrador, que caminaba de– trás de su asno, y cuando habían andado un trecho, dijo a San Fran– cisco: -Dime: ¿eres tú fray Francisco de Asís? Al responder el Santo que sí, añadió el villano: -Pues pon cuidado en ser tan bueno como la gente cree que eres, pues todos tienen gran fe en ti, y por eso te advierto que no defrau– des la esperanza de la gente. Al oír San Francisco estas palabras no se desdeñó de ser amones– tado por un rústico ni dijo para sí: «¡Qué bestia es éste que me re– prende!", como harían hoy muchos soberbios que llevan el hábito, sino que inmediatamente se echó a tierra y arrodillándose delante, le besó los pies y le dio gracias con humildad, porque había tenido a bien avisarle tan caritativamente. Muy movidos a devoción el labrador y los frailes, levantaron del suelo a San Francisco, le pusieron sobre el asno y continuaron ade– lante. Cuando llegaba poco más o menos a la mitad del monte, como el calor era grandísimo y la subida penosa, sintió el labrador muy ar– diente sed, y tanto le atormentaba, que comenzó a gritar detrás de San Francisco: --¡Ay de mí. que me muero de sed! Si no hay algo que beber, desfalleceré inmediatamente. San Francisco bajó del asno, se puso en oración y estuvo de rodi– llas con las manos levantadas al cielo hasta que supo por revelación que había sido oído. Entonces dijo al labrador: -Corre presto a aquella piedra y hallarás agua fresca, que acaba de hacer brotar allí Jesucristo por su misericordia. Acude el rústico al lugar que le muestra el Santo, encuentra una fuente riquísima que brota de un peñasco muy duro en virtud de la oración de San Francisco, bebe copiosamente y se siente reconforta– do. No cabe duda que la produjo Dios milagrosamente a ruegos del Santo, porque ni antes ni después se vio fuente en aquel sitio, ni otro manantial en grande espacio alrededor. Dieron gracias a Dios, por el manifiesto milagro, San Francisco, sus compañeros y el labrador, y pro– siguieron el viaje. Al llegar al pie del peñasco mismo del Alverna quiso San Francis– co descansar un poco bajo una encina que había y hay aún en el camino. Desde allí se puso a mirar la disposición de aquel lugar y país, y en esto vino una gran multitud y variedad de pájaros, que con trinos y batir de alas mostraban todos grandísima fiesta y alegría, y rodea– ron a San Francisco, de modo que unos se le posaron en la cabeza, otros en las espaldas, otros en los brazos, algunos en el pecho y otros alrededor de los pies. Maravillábanse de esto los compañeros y el labrador, y San Francisco decía, muy regocijado: -Yo creo, hermanos carisimos, que a Nuestro Señor Jesucristo le agrada que habitemos en este monte solitario, pues tanta alegría mues– tran ¡:or nuestra llegada nuestros hermanos los pájaros.
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