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díalo tenazmente, como cosa propia. Por último, los religiosos com• praron el manto, y el pobre, recibido el precio equivalente, se retiró. (11 Celano LV, 88.) 1O. LA AlVERNA La Alverna evoca a todo franciscano el Calvario, señala la culminación mística de San Francisco. Como la Porciúncula, guarda consigo huellas inconfundibles no sólo de la presencia de Francisco, sino también del desarrollo sucesivo del franciscanismo. Basta pensar que en la Alverna vi– vieron personalidades de la talla de fray León, que asistió al Santo y recibió su bendición por escrito; San Buenaventura, que escribió allí el célebre «ltinerarium mentis in Deum»; Libertino de Casale, que escribió el famoso tratado «Arbor vitae», y mu– chísimos otros que sería demasiado largo enumerar. Todos estos elementos acumulados con el tiempo parecen exceder hoy, en la Alverna como en Santa María de los Angeles, la simplicidad y la genuinidad originaria de esos lugares. Carre– teras y construcciones han destruido o aprisionado lo que sin duda constituía el encanto que había atraído allí a Francisco. Es necesario, pues, «depurar» el paisaje, encontrar el campo visual justo para reconstruir hechos y circunstancias, liberarse de for– mas y detalles que distraen y captar el mensaje en toda su pu– reza. En la Alverna debes buscar, por encima de todo, la meta de la experiencia mística, dolorosa y glorificante, de San Fran– cisco. Allí Francisco llegó por primera vez el año 1213, cuando tenía treinta y dos años, y allá regresó a menudo durante los diez años sucesivos, hasta el 1224, fecha en que recibió los es– tigmas. He aquí algunos pasajes significativos de las fuentes francis– canas, que podrás completar con otros textos paralelos, que abundan. sobre este tema de la Alverna. Aquella noche y en aquel bosque, despiertos ya los compañeros, que escuchaban y observaban lo que hacía, le vieron y oyeron rogar devotamente a la divina misericordia por los pecadores. con llanto y a voces. Le oyeron lamentar en alta voz la pasión de Cristo, como si la estuviese viendo corporalmente. Le vieron por largo tiempo orar con los brazos en cruz, levantado de la tierra y rodeado de una nube resplandeciente. En estos santos ejercicios pasó sin dormir toda la nochs. Y a la mañana, al ver los compañeros que, por la fatiga y la falta de sueño, estaba muy débil y difícilmente podría caminar a pie, fueron a casa de un pobre campesino de aquel país y le pidieron por amor de Dios que les prestase su jumento para el Padre fray Fran– cisco, que no podía caminar a pie. Al oír nombrar a fray Francisco, preguntó: 57

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