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mencia es infinita, que aun siendo innumerables nuestros pecados todavía es ella mayor y que, según el Evangelio y el apóstol San Pa– blo, Cristo bendito vino a este mundo para redimir a los pecadores, En virtud de estos y semejantes consejos, los dichos tres ladrones renunciaron al demonio y a sus obras, y San Francisco los recibió en la Orden y comenzaron a hacer gran penitencia. Dos de ellos vivie– ron poco tiempo y se fueron al paraíso; pero el tercero, que sobrevivió, acordándose de sus pecados, se dio a hacer tal penitencia, que por espacio de quince años continuos, excepto las cuaresmas comunes que hacía con los otros frailes, en todo el otro tiempo ayunaba a pan y agua tres días cada semana, andaba siempre descalzo, vestido con una sola túnica y nunca dormía después de maitines. (Florecillas XXV). 9. lAS CELDAS DE CORTONA Este eremitorio no se encuentra propiamente en el camino de la Alverna cuando se va de Asís; sin embargo, se alojó en él San Francisco cuando retornaba de la gran experiencia mís– tica, estigmatizado y ya próximo al encuentro con la hermana muerte. Seis meses antes de su preciosa muerte hallábase el santo Padre en Siena, curándose la enfermedad de la vista, y sintió que se agra– vaba en las dolencias de todo su cuerpo. Atacado especialmente su estómago de pertinaz mal y defectuoso funcionamiento del hígado, arrojó mucha sangre, por lo que en todos asomó el temor de que se acercaba su fin. A esta noticia, fray Elías emprendió inmediatamente un largo viaje para visitarle. Con su llegada reanimóse el santo Padre, de modo que pudo abandonar aquella tierra y en su compañía dirigirse a Celle de Cortona. A poco de llegar allí abultóse por el mal su vien– tre, hincháronsele las piernas y los pies y el estómago funcionaba cada vez peor, en tanto grado que apenas podía retener el menor ali– mento. Rogó entonces a fray Elías que le hiciera conducir a Asís. Aten– dió el buen hijo el deseo de su cariñoso Padre, y dispuesto la nece– sario, le condujo al lugar solicitado. (1 Celano VII. 105.) Como Monte Casale, las celdas (celle) se conservan intac– tas, al igual que en tiempo de San Francisco, y por ellas han pasado muchos frailes ilustres a lo largo de los siglos. Es posi– ble, pues, respirar aún aquí el oxígeno del tiempo del fundador y revivir los episodios de los cuales fue protagonista entonces. 56 Caso parecido sucedió en Celle de Cortona. Usaba el bienaventu– rado Francisco un manto nuevo, que los religiosos solícitamente ha– bían buscado para él. Llegó un pobre a aquel lugar llorando a su esposa difunta y toda su familia reducida a la miseria. Díjole el Santo: Te entrego este manto por amor de Dios con esta condición: que a nadie se Jo vendas que no te lo pague con creces. Acudieron al instante los demás religiosos para recobrar el manto e impedir tal donación. Mas el pobre, sintiéndose fuerte con la presencia del santo Padre, defen-
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