BCCCAP00000000000000000000541

nombre. La noche siguiente, despierto el Santo y abismado en eleva– dísima contemplación de Dios, resonó repentinamente una cítara de armonía admirable y dulcísima melodía. A nadie se veía, mas las vibraciones de los sonidos indicaban que el citarista paseaba de una parte a otra. Arrobado su espíritu en Dios, gozó tanta dulzura el Santo en tan sublime cantar, que se ilusionó hallarse ya en el otro mundo. A la mañana siguiente llamó al citado religioso, y después de referirle detalladamente cuanto le había acontecido, añadió: El Señor, que con– suela a los afligidos, nunca me dejó sin consuelo. He aquí que no pude escuchar la cítara tañida por hombre, y me ha sido dado oír otra so– bremanera más suave. (11 Celano LXXXIX, 126.] Las gentes de Rieti profesaban una gran devoción a San Fran– cisco, pero éste, para mitigar las molestias de la popularidad, solía hospedarse en los alrededores de la ciudad, en casa de un sacerdote amigo. Justamente aquí tuvo lugar el siguiente epi– sodio: Vivía en cierto tiempo el seráfico Patriarca, por la enfermedad de su vista, con un sacerdote pobre junto a la iglesia de San Fabián, en las cercanías de Rieti. Por entonces, el Papa Honorio y toda su Curia moraban en aquella ciudad, y con esta ocasión muchos señores Car– denales y otros individuos del clero alto visitaban casi todos los días al bienaventurado Francisco, movidos por el amor y devoción que le profesaban. Aquella iglesia poseía una pequeña viña junto a la casa en que habitaba Francisco, la cual tenía una puerta que comunicaba con la viña, y a ésta pasaban casi todos cuantos iban a visitar al Santo; mucho más porque, a la sazón, estaban las uvas maduras, y desde allí se ofrecía a la vista un panorama muy delicioso. Por ello sucedió que al poco tiempo la viña quedó despojada casi por completo de sus racimos. Visto lo cual por aquel buen sacerdote, comenzó a quejarse dicien– do: «Aunque es cierto que la viña es pequeña, sin embargo, de ella recolectaba yo todo el vino que necesitaba; mas este año lo he per– dido todo». Enterado Francisco de estas quejas, hizo llamar al sacerdote y le habló de esta manera: No queráis, señor, disgustaros, porque el mal ya está hecho; pero tened confianza en el Señor, y estad seguro de que por mi amor os indemnizará todo el daño que habéis sufrido. De– cidme, ¿cuántas cargas soléis coger el año más abundante en la ven– dimia? « Trece cargas, Padre mío», respondió el sacerdote. Pues bien -respondió Francisco-, no queráis contristaras ni digáis palabra ofen– siva a nadie por el daño que os han causado. Confiad en Dios y en lo que os digo, y si no llegareis a recoger veinte cargas de vino, yo pro– meto que se os compensarán. Con esto el sacerdote calló y se tranquilizó; y llegado el tiempo de la vendimia, recogió por providencia de Dios nada menos que vein– te cargas de vino muy generoso. Admiróse en gran manera el sacer– dote al ver tal abundancia. Y lo mismo cuantos lo oyeron. Decían que aun cuando la viña estuviera toda ella cargada de grandes raci– mos, no era posible recolectar las veinte cargas de vino. 53

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz