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al Señor. Eran, sin embargo, jovencitas y criaturas sencillas. Francisco solía decir a los frailes, a propósito de los hombres y mujeres del pueblo: 'No se han convertido tantos en una gran ciudad como en Greccio, pueblecito tan pequeño'. Muchas veces, al atardecer, mien– tras los frailes del lugar cantaban laudes al Señor, como era costum– bre entonces en muchos sitios, la gente del pueblo, niños y adultos, salían de sus casas y se situaban en el camino delante del poblado para hacer llegar, a plena voz, el ritornello a los frailes: 'Loado sea el Señor Dios'. Incluso los niños que aún no sabían hablar bien, cuan– do veían a los frailes alababan a Dios como podían." (Leyenda peru– sina 34.) El año 1223 Francisco se encontraba en Greccio durante la Navidad y pensó celebrar con aquella gente «pobre y sencilla», en un modo original e inusitado, el nacimiento de Cristo. La suprema aspiración, el más vehemente deseo y el más eficaz propósito de nuestro bienaventurado Francisco era guardar en todo y por todo el santo Evangelio y seguir e imitar con toda perfección y solícita vigilancia, con todo el cuidado y afecto de su entendimiento y fervor de su corazón, los pasos y doctrinas de Jesucristo Nuestro Señor. Con asidua meditación recordaba sus divinas palabras y con sagaz penetración consideraba sus obras. Pero lo que ocupaba más de continuo su pensamiento, y tanto que apenas quería pensar en otra cosa, era la humildad de su encarnación y el amor infinito de su pa– sión santísima. Ciertamente es digno de piadosa y eterna memoria lo que, tres años antes de su gloriosa muerte, llevó a cabo el día de Na– vidad en honra de Nuestro Señor Jesucristo, en un pueblo por nombre Greccio. Moraba en aquel lugar un digno señor llamado Juan, de buena reputación y mejor vida, a quien Francisco profesaba amistad singular, porque si era en aquella tierra noble y muy honrado, despreciaba la nobleza de la carne y sólo atendía a conseguir la nobleza del espíritu. Quince días antes de Navidad llamóle Francisco, como hacía otras ve– ces, y le dijo: Si deseas que celebremos en Greccio la próxima fiesta del natalicio divino, adelántate y prepara con diligencia lo que voy a indicarte. Para hacer memoria con mayor naturalidad de aquel divino Niño y de las incomodidades que sufrió al ser reclinado en un pese– bre y puesto sobre húmeda paja junto a un buey y un asno, quisiera hacerme de ello cargo de una manera palpable y como sí lo presencia– ra con mis propios ojos. Oyó esto el buen hombre y apresuróse a pre– parar en aquel lugar todo lo que le había dado a entender Francisco. Llegó por fin el día de la alegría y la hora de la satisfacción ape– tecida. Fueron convidados religiosos de varias partes, los hombres y mujeres del lugar, según su posibilidad, y con íntimo gozo, con luces y hachas, se dispusieron a iluminar aquella noche, que con inmensa claridad, cual astro refulgente, irradia sobre los días y los años. Llega en último lugar el siervo de Dios, y hallándolo todo a punto según lo deseara, alégrase en extremo. Dispónese luego el pesebre, acomódase la paja y se trae el buey y el asno. Hónrase allí la sencillez, se elogia la pobreza, se celebra la humildad, y Greccio se convierte en otra ciudad de Belén. Queda la noche iluminada como claro día y da placer a los hombres y a los animales. Llegan los pueblos y animan con nuevo entusiasmo y fervor aquel admirable misterio. Resuenan en 5t

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