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hijos para que nadie pueda hablar con ellos. Y estos hijos no hablen con persona alguna, a no ser con sus madres y con su Custodio, cuan– do le plazca a éste visitarlos, con la bendición de Dios. Mas los hijos de cuando en cuando tomen el oficio de madres por turno y por el tiempo que les pareciere conveniente disponer. Y esfuércense en ob– servar todas estas cosas con esmero y diligencia. (Regla para los eremitorios.) 2. El VALLE DE RIETI Hasta Spello, Foliño y Espoleta había llegado Francisco, cuan– do era joven, siguiendo, como aspirante a caballero y cruzado, un sueño de gloria. Volvió a recorrer el mismo camino, más allá Espoleta, hasta Poggio Bustone, Greccio, Rieti y Fontecolom– bo, no ya a caballo, sino a pie, como hermano menor, en la cumbre de su experiencia espiritual, especialmente en los años 1222, 1223, 1224 y 1225. Enfermo de los ojos, iba a buscar remedio a un médico famoso, mientras el corazón se le ilumi– naba ya por dentro. No puedes decir que conoces la personalidad de San Fran– cisco si no visitas con sosiego los lugares más sugestivos del Valle de Rieti. 3. POGGIO BUSTONE Es el primer eremitorio del «Valle Santo», teatro de las expe– riencias místicas de Francisco. Tenía solamente veintisiete años cuando llegó aquí, todavía en plena vía purgativa (valga la ex– presión), obsesionado con el pensamiento de «cuando estaba en– vuelto en pecados». Poggio Bustone señala la conclusión de una fase y el ingreso en otra sin sombra de culpa. Un día en que con mayor fervor de admiración recordaba la mise– ricordia del Señor en los muchos y repetidos beneficios que en él obraba, al desear que se dignase manifestarse el progreso que él y los suyos hacían en la perfección, dirigióse, según acostumbraba, al lugar de retiro, y allí permaneció mucho tiempo en oración con temor y tem– blor. Postrado ante el Criador de todas las cosas, recordaba con inde– cible amargura de su alma los años anteriores, tan mal empleados, repetía sin cesar aquellas palabras: «Señor, ten piedad de mí, pe– cador». Experimentó que en su alma entraba, y la llenaba hasta rebosar, dulcedumbre intensísima y alegría inefable. Sintióse como desfallecer y que desaparecían las inclinaciones y se disipaban las tristezas que en su corazón el temor del pecado había infundido. Diole entonces el Señor la absoluta certeza de la remisión completa de sus culpas y una imperturbable confianza de vivir enriquecido con la investidura de la 47

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