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Era éste el que, siendo aún seglar, había visto una cruz de oro que salía de la boca de San Francisco y llegaba al cielo, extendiéndose hasta los confines del mundo. Había subido fray Silvestre a tanta san– tidad, que conversaba muchas veces con Dios, el cual oía siempre sus ruegos y le concedía todo lo que pedía; por eso San Francisco le tenía mucha devoción. Marchó, pues, fray Maseo, y, conforme al mandato de San Francis– co, dio primero el encargo a Santa Clara y después a fray Silvestre. El cual, apenas lo oyó, se puso inmediatamente en oración, y habiendo obtenido respuesta de Dios volvió a decir a fray Maseo: -Esto dice Dios para que lo anuncies a fray Francisco: «No le llamé a este estado solamente para sí, sino para que haga fruto en las almas y se salven muchos por él». Recibida esta respuesta, volvió fray Maseo a preguntar a Santa Clara lo que Dios le había revelado. Dijo que ella y las demás com– pañeras habían recibido de Dios la misma respuesta que fray Silves– tre. Vino, pues, fray Maseo a la presencia de Francisco, y éste lo recibió con grandísima caridad, le lavó los pies, le preparó de comer después de la comida le llamó a la selva; allí se arrodilló delante él y, quitándose la capucha y cruzando los brazos, le preguntó: -¿Qué es lo que manda mi Señor Jesucristo? -Tanto a fray Silvestre-contestó fray Maseo-como a sor Clara y demás hermanas, les respondió y reveló Cristo que es su voluntad que vayas a predicar por el mundo; porque no te ha elegido para ti solo, sino también para la salvación de los demás. San Francisco, oída esta respuesta y conocida por ella la voluntad de Cristo, se levantó con grandísimo fervor y dijo: -Vamos en nombre de Dios. Y tomando por compañeros a fray Maseo y a fray Angel, hombres santos, marcharon a impulso del espíritu, sin escoger camino ni sen– da. (Florecillas XV.) San Francisco escribió, de su puño y letra, una breve regla para los hermanos que vivían en los eremitorios, como, por ejem– el de las Cárceles. 46 Los que desean religiosamente morar en eremitorios, sean tres o, a lo sumo, cuatro frailes. Dos de ellos sean madres y tengan dos hijos o, a lo menos, uno. Aquéllos hagan la vida de Marta, y los otros dos, la vida de María Magdalena. Mas aquellos que llevan la vida de María tengan un claustro, y cada cual tenga su aposento, de tal modo que no habiten ni duerman jun– tos. Digan siempre las completas de día, hacia la puesta del sol, y procuren guardar silencio; digan sus horas y levántense a maitines, y busquen primeramente el reino de Dios y su justicia. A la hora co– rrespondiente recen prima y tercia, y después de tercia rompan el silencio y puedan hablar e ir juntos a sus madres y, cuando les pla– ciere, puedan pedirles limosna por amor del Señor Dios, como los pobres pequeñuelos. Y después digan, a su debido tiempo, también sexta, nona y vísperas. No permitan que entre nadie en el claustro donde moran, ni allí coman. Y aquellos frailes que son madres procuren mantenerse aleja– dos de toda persona, y por obediencia de su Custodio guarden a sus
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