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Una de las crisis más agudas de Francisco fue la que le hizo dudar de su propia vocación, es decir, la que le obligó a clarifi– car si había sido llamado a la vida activa o a la contemplación. Es bien sabido cómo el Santo superó la crisis, después de haber solicitado a la hermana Clara y fray Silvestre que le ayudaran a orientar sus pasos invocando confiadamente la luz del Señor. La respuesta de ambos fue unánime: Dios llamaba a Francisco, para usar una expresión moderna, a la contemplación en la ac– ción. Y así, en realidad, uno de los aspectos más originales de la espiritualidad de Francisco está justamente en el hecho de haber logrado una síntesis perfecta entre contemplación y ac– ción, entre vida activa y contemplativa. Siempre que falla un equilibrado soporte humano, una base personal debidamente pro– porcionada, en los seguidores de San Francisco, suele aflorar la «doble alma» del franciscanismo. La tensión contemplativa está siempre presente en la vida de San Francisco, que ha sabido crear espacios privilegiados, fundamentales ayer y sumamente evocadores hoy del secreto profundamente religioso de su alma y de la de sus primeros compañeros: los eremitorios de las Cárceles, Fontecolombo, Montecasale, la Verna, Greccio, Poggio Bustone ... He aquí algunos de los «desiertos» franciscanos más cono– cidos. 1. LAS CARCELES El nombre significa « los yermos o eremitorios», porque los eremitas eran, para el hombre medieval, «reclusos» o encarcela– dos voluntarios. Los compañeros de San Francisco podían ser también eremitas en el significado casi puro del vocablo. Tal era, por ejemplo, fray Silvestre, al cual recurrió el Santo para resol– ver la crisis sobre el sentido de su vocación. El humilde siervo de Cristo, San Francisco, poco después de su conversión, teniendo ya reunidos y admitidos en la Orden a muchos compañeros, entró en grande duda y perplejidad acerca de lo que debía hacer: si dedicarse tan sólo a la oración o también algo a la predica– ción, y deseaba mucho saber la voluntad de Dios acerca de esto. V como su gran humildad no le dejaba presumir de sí ni de sus ora– ciones, quiso conocer la voluntad divina por medio de las oraciones de otros, y llamando a fray Maseo le dijo: -Vete a decir de mi parte a la hermana Clara que ella y alguna de sus más espirituales compañeras rueguen devotamente a Dios que se digne manifestarme lo que será meior: si dedicarme a predicar o solamente a la oración. Después irás a decir lo mismo a fray Sil– vestre. 45
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