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42 el bienaventurado Francisco como sus once compañeros, asunto éste que había movido al señor Cardenal por la devoción que les tenía y por el afán de ver a los doce hechos clérigos. Luego el varón de Dios con sus frailes dejó la ciudad y fuese por el mundo, admirado de lo fácil que había sido el logro de sus deseos. Así crecía en él de día en día la confianza del Señor, que con sus santas revelaciones le manifestaba previamente los hechos que luego iban sucediendo. He aquí un caso. Antes de obtener lo que había pe– dido al Papa, le pareció, cierta noche, ver en sueños que marchaba por un camino a cuya vera crecía un hermoso árbol, frondoso y ro– busto. Sucedió que al acercarse a él y ponerse debajo para contem– plar su hermosura y elevación, sintióse de momento el Santo elevado a tal altura que le parecía tocar la cima del árbol e inclinarlo facilí– simamente hasta el suelo con sus manos. La realidad vino a confirmar esto cuando el señor lnocencio 111, en el mundo el más alto de los árboles, el más hermoso y fuerte, se inclinó tan benignamente a la petición y voluntad de Francisco. (Leyenda de los tres compañeros XII, 4653.)

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