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40 mana, y notifiquemos al Sumo Pontífice las cosas que Dios obra por mediación nuestra, a fin de poder proseguir devotamente, con su obe– diencia, lo que hemos comenzado. Fue del agrado de todos los religiosos el dicho del Padre, por lo que emprendieron juntos el viaje a la Curia. Más tarde díjoles: Nom– bremos uno que sea guía nuestro, y tengámosle como vicario de Jesucristo, de modo que vayamos con él a dondequiera que fuese. Eli– gieron a fray Bernardo, el primero que había sido recibido en la Or– den por San Francisco, y llevaron a la práctica lo que el Padre había dicho. Marchaban gozosos, y no osaban proferir palabra que no fuese dedicada a la gloria de Dios o útil para sus almas. Con frecuencia se daban a la oración, y era el mismo Señor quien les preparaba el hos– pedaj,:i y que les sirviesen todas las cosas necesarias. Llegados a Roma, encontraron allí al Obispo de la ciudad de Asís, el cual les recibió con indecible gozo cuando supo por ellos la causa de su venida. Era este Obispo conocido de un Cardenal llamado Juan de San Pablo, a la sazón Obispo de Sabina, hombre verdaderamente lleno de la gracia de Dios. Como era muy religioso y bueno, amaba en extremo a los servidores de Dios. El Obispo de Asís habíale puesto en antecedentes de la vida del bienaventurado Francisco y de sus hermanos, motivo por el cual deseaba aquel siervo de Dios ver a Fran– cisco y a algunos de sus religiosos. Fueron a verle el bienaventurado Francisco y sus compañeros, y les preguntó cuál era su intención y propósito, y cuando lo supo, se ofre– ció a ser su procurador en la Curia del Sumo Pontífice. Y en la Curia dijo al señor Papa, que lo era Inocencia 111: «Encontrado he un varón perfectísimo que desea vivir según la forma del santo Evangelio y ob– servar en todo la perfección evangélica, y creo que, por mediación suya, quiere Dios renovar la santa Iglesia en todo el mundo». Admi– rado al oírlo el señor Papa, dijo al citado Cardenal que le había anun– ciado esta nueva que le trajese a su presencia al bienaventurado Francisco. Al día siguiente fue introducido el varón de Dios por el Cardenal a presencia del señor Papa, a quien puso de manifiesto todos sus pro– pósitos. Estaba el Pontífice dotado de suma discreción; por eso asin– tió con mucha cautela a los deseos del Santo, y después de haberle exhortado, y a sus compañeros, sobre muchas cosas, les bendijo diciendo: «Id con el Señor, hermanos, y predicad a todos la peniten– cia en la forma que El se dignare inspiraros; mas cuando Dios os multiplique en mayor número y gracia, nos lo haréis saber. y Nos os concederemos de buen grado muchas más cosas que éstas y os en– cargaremos otras mayores». Para saber el señor Papa si las cosas concedidas y las que pudie– ran serlo eran del agrado de Dios, dijo también al Santo y a sus com– pañeros, antes que se fuesen de su presencia: « Hijitos míos, vuestra vida parece demasiado dura y áspera, y aun cuando os creamos de tanto fervor que no sea lícito a Nos dudar de vosotros, debernos, con todo, tener en cuenta a los que han de seguiros por este camino, no sea que les parezca demasiado duro y áspero». Mas sabedor el Papa que ni con estas palabras podía apartarlos de su fervor, a la vista de su fe, dijo al bienaventurado Francisco: «Hijo, vete y ruega al Señor que te manifieste si es voluntad suya lo que pedís, á fin de que, conocida por Nos la voluntad divina, ven– gamos en lo que deseáis».
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